Las márgenes del Duero a su paso por Soria nos presentan un río entretenido en el Sotoplaya, el Paseo de San Polo, las corrientes, los puentes, San Saturio y su ermita, los serrijones calvos, las encinas y los abedules, álamos blancos y temblones, garzas, somormujos, una Sierra llamada Santa Ana, un cielo transparente sobre los versos que junto al río cantaran los poetas.
El río Duero ha sido desde que Soria comenzó a dar sus primeros pasos como núcleo habitado estable, el referente indiscutible de su existencia. La ciudad nació para proteger un vado en la importante frontera entre árabes y cristianos primero, y entre Aragón y Castilla después. El Duero proporcionaba agua y defensa, e incluso marcó el crecimiento urbanístico, siendo escaso el desarrollo de construcciones en la margen izquierda. Durante varios siglos, en torno a sus orillas se desarrollaron gran parte de las actividades industriales: tenerías, curtidurías, molinos, lavaderos de lana…incluso las actividades espirituales, pues varias fueron las órdenes que se instalaron en las orillas: los hospitalarios en San Juan de Duero, los templarios en San Polo, los cistercienses en San Agustín y por supuesto, siglos antes, el anacoreta San Saturio en una cueva al pie del Santa Cerro de Santa Ana. Con el tiempo sobre esta gruta se construiría una ermita en su honor y se le nombraría patrón de la ciudad. Durante mucho tiempo Soria le dio la espalda al río. Se le asociaba con la insalubridad y la urbe parecía crecer como queriendo alejarse de él. Pero llegó el triunvirato de poetas que con su mirada literaria devolvieron al Duero al lugar privilegiado que le correspondían. Gustavo Adolfo Bécquer lo envolvió de misterio con sus leyendas, Gerardo Diego lo dignificó pero sin duda fue Antonio Machado el que mejor lo cantó, dándole ese carácter romántico, nombrando su curva de ballesta y se convirtió en su mejor embajador. Los últimos años Soria vuelve a reconciliarse con su río. Las diferentes fases de mejora de sus márgenes y numerosas actuaciones han ido dotando de infraestructuras toda esa zona convirtiéndose en zona de esparcimiento y ocio para los vecinos y visitantes. El paseo de san Prudencio con sus numerosas zonas ajardinadas, el Ecocentro, el Museo del Agua o el Camino del Agua se unen a los recursos patrimoniales ya existentes como la muralla, el paseo de Machado o los ya mencionados enclaves religiosos.
Además hay que añadir un aspecto fundamental intrínseco al propio Duero, sus valores naturales. En primer lugar la geología de su entorno, destacando la falla de Santa Ana. La fisionomía del río está bastante cambiada con respecto a su aspecto original, pues varias represas de sendos molinos, así como la presa de los Rábanos aguas abajo convierten lo que aún es un tramo fluvial de montaña en aguas tranquilas. A la vegetación propia de ribera como chopos, álamos, sauces, mimbreras… hay que añadir las de las laderas de los cerros circundantes, encinas en su gran mayoría, aunque también hay muchos arbustos propios de suelos degradados y algunas repoblaciones de coníferas y acacias en las laderas del castillo. Y por supuesto la fauna, tanto la propia del medio acuáticos (barbos, truchas, bermejuelas, cangrejos, ranas, sapos, libélulas, fochas, garzas, nutrias…) como del medio colindante (lagartos ocelados, águilas calzada, buitres comunes, gavilanes, tejones, ciervos…)
Y aún hay una vertiente más del río, las actividades que se realizan en él o en su entorno. Estas van desde la pesca hasta el piragüismo, pasando por los paseos o picnic en las zonas habilitadas a tal efecto. También hay que mencionar el aspecto festivo- devocional, siendo el escenario de uno de los actos de las fiestas de San Juan y el centro de las fiestas patronales en honor a San Saturio.
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